martes, 9 de junio de 2015

DON JUAN MANUEL DE SOLÓRZANO

EL HOMBRE QUE PACTO CON EL DIABLO
En la calles de Uruguay, en el Centro Histórico, se encuentra el inmueble que habitó Don Juan Manuel de Solórzano, edificio que encierra la historia de un hombre que, de acuerdo la leyenda, vendió su alma al diablo con tal de saber con quién lo engañaba su mujer. Supuestamente en las noches aparece un hombre en el portón de la construcción y pregunta la hora. Si alguien contesta “Son las 11 de la noche” él dirá ¡¡¡Dichoso aquel que sabe la hora de su muerte!!! Este sitio en la actualidad sirve de salón para eventos y fiestas privadas, ya que su arquitectura del siglo XVI lo convierte en un lugar bello y confortable para pasar el tiempo con amigos, además de que está catalogado como Monumento Histórico por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y por el Instituto Nacional de Bellas Artes.
Cuenta la leyenda que Don Juan Manuel sufrió más porque pasaba el tiempo y los hijos no llegaban al matrimonio. Por algunos momentos, el atormentado espíritu pensó en retirarse al convento de San Francisco, en búsqueda de paz. Entre estar ofuscado y ser cuidadoso, Solórzano mandó a traer un sobrino de España para que manejara sus propiedades y aprovechar para cuidar a su bella consorte. Sin embargo, tal sobrino era tan valiente y apuesto que fue bien recibido por Mariana, lo que llevó a Don Juan Manuel a una desesperación total. Presa del Maligno debido a sus celos, Solórzano ofreció venderle su alma al Diablo a cambio de enterarse con quien lo engañaba su esposa. El Diablo aceptó e hizo el pacto: Don Juan Manuel debía salir en la noche, y acercársele a quien pasara por su casa y matarlo a las 11 de la noche en punto, el diablo señalaría al culpable apareciendo junto al cadáver. En la noche Don Juan Manuel salió de su casa, envuelto en una amplia capa, con un sombrero cuyas plumas prácticamente le cubrían la cara y acercándose al inocente transeúnte le preguntaba:
“¿Disculpe usted ser habitual, qué hora es?”, “las once”, contestaba la pobre víctima, entonces el hombre enloquecido contestaba: “Afortunado usted, que sabe la hora en que va morir”, el cadáver al derrumbarse al piso y el asesino mudo e impasible, abría la puerta otra vez y caminaba por el patio, subía las escaleras e iba a su cuarto. Por supuesto, los asesinatos frecuentes captaron la atención de la justicia y los vecinos comenzaron a hablar de hechizos y conjuros en la calle. Con las cosas de éste modo, una noche el sereno le llevó al cuarto de Don Juan Manuel el cadáver de su desafortunado sobrino. Una vez que se dio cuenta de sus crímenes, Don Juan Manuel corrió a confesarse con los Frailes de San Francisco. Como penitencia debería rezar parado enfrente de las horcas públicas, tres noches seguidas, un rosario para las almas de los inocentes que había matado. Desde la primera penitencia, Don Juan Manuel tuvo horribles visiones de funerales donde él era el cadáver. La tercera noche, Solórzano fue encontrado colgado de la horca sin saber cómo o quien había hecho justicia, la imaginación popular pronto vio unas manos de ángel que había ahorcado al hombre celoso y así fue consignado por tradición.
 
Roberto S. Contreras Esparza