jueves, 9 de julio de 2015

EL ASESINATO DE DON JOAQUÍN DONGO

¿HABÍA VENDIDO SU ALMA AL DIABLO?


En la Ciudad de México el 24 de octubre de 1789, sucedió uno de los crímenes más violentos que se han dado en el país. Esa mañana, desde muy temprano, la Ciudad se sumergió en el horror, después de que un cochero descubrió, en el número 13 de la calle de Cordobanes, once cadáveres que habían sido salvajemente asesinados a machetazos. La calle era la actual Donceles que anteriormente se llamaba de los cordobanes, debido a que así se les llamaba a los curtidores de piel que tenían sus locales ahí. El nombre de Donceles se le dio a la calle porque se avecindaron en ella algunos jóvenes nobles provenientes de España. Por ende la calle tomo el nombre que hacía referencia la juventud y alcurnia de sus habitantes.


Los muertos eran los cuerpos de las personas que, en ese momento, se encontraban en la casa de Don Joaquín Dongo, el lacayo, el cochero, los dos porteros, un indio mensajero, un primo de Dongo, la galopina, la cocinera, la lavandera y hasta el “perico” de la casa. En total once personas que fueron brutalmente asesinadas sin que nadie viera a alguien entrar o salir de la casa. El día del asesinato cuando Don Joaquín Dongo regresaba a su casa a eso de las ocho y media de la noche, los asesinos fingieron la voz de la ronda y consiguieron que el portero les abriera la puerta; entraron a la casa y mataron uno por uno de sus habitantes. El robo ascendió a $ 22,000 pesos más las joyas que había en la casa. Los malhechores huyeron llevándose el carruaje de Don Joaquín. En ese tiempo, el Virrey Revillagigedo acababa de empezar su mandato, y estaba dispuesto a poner en orden a Nueva España. Es por eso que dispuso de todos los recursos necesarios para que se encontrara a los culpables de la masacre más grande que se había visto en el México Colonial. Las autoridades hablaron con diferentes médicos y afiladores para tratar de conocer el paradero de los misteriosos asesinos, pero no daban con ninguna pista real. Sin embargo, unos días después de haber iniciado con las investigaciones, un informante anónimo dio aviso de un hombre en cuya cinta de cabello “brillaba una gota de sangre”. Las únicas pruebas con las que contaban, para demostrar que ellos eran los asesinos, era una mancha de sangre y otra en un sombrero.


En cuanto recibieron el informe, las autoridades se dedicaron a buscar al hombre, hasta que arrestaron a Felipe María Aldama. Tiempo después también capturaron a Joaquín Antonio Blanco y Baltasar Dávila y Quintero los dos presuntos cómplices de Felipe María Aldama. Durante los interrogatorios los acusados fueron torturados, aun así, nunca admitieron haber asesinado a Don Joaquín Dongo y a las otras diez personas. Y, a pesar de la falta de pruebas, fueron condenados a una ejecución pública. Mucha gente no podía creer que los tres acusados realmente fueran culpables de la masacre, a pesar de que el Virrey aseguró que en casa de los presuntos homicidas se encontró un “dinero faltante” en la escena del crimen. Los culpables fueron juzgados y sentenciados a la pena de muerte y mutilación de manos. Cuentan algunas publicaciones de la época, se dice que Don Joaquín Dongo había sido víctima de su codicia, pues años antes había vendido su alma al diablo para poder hacerse de dinero y poder; pero que, al no querer pagar su deuda al finalizar el plazo del trato, el mismo diablo llegó a la casa marcada con el número 13, en la calle de Cordobanes, a cobrar la deuda con las almas de todos los que se encontraban en el lugar.


Desde la matanza en la Casa de Don Joaquín Dongo, los habitantes de lo que hoy es el Centro Histórico, aseguran que, en las noches más obscuras (y especialmente el 24 de octubre), se puede ver a Don Joaquín rondando por la calle de Donceles, entre Brasil y Argentina. Dicen que se para a unos metros de la que fuera su casa, y se queda esperando toda la noche, como si se encontrara vigilando el lugar. Otras aseguran que Don Joaquín regresa a la calle de Cordobanes en busca de algún incauto que pase por ahí, para tomar su alma y pagar su deuda eterna. En la actualidad, el crimen de la casa de Don Joaquín Dongo ha pasado al olvido. Sin embargo, en una de las casas que se encuentra en la calle de Donceles, se puede encontrar una pequeña placa antigua del Catálogo de la Inscripción General de Monumentos Artísticos e Históricos.

Roberto Samael C E